
Me llena de especial cariño
hablar de esta imagen porque es la protagonista de mis primeros
recuerdos de la Semana Santa, y además es la que hace que
marque con números rojos ese tan preciado por muchos Viernes Santo
por la mañana. Un día que empieza antes de lo esperado, que
empieza cuando un vecino cautivo y maniatado, acompañado de su madre dolorosa,
vuelven a su templo acompañados de sus nazarenos y devotos, reconocibles por sus escapularios trinitarios y sus túnicas oscuras en señal de llanto, en presencia del pueblo casaricheño, entregando así el testigo para lo que precederá en unas horas. Hasta que por fin
llega el momento, que para muchos y para mi, comienza con algo tan simple como puede ser un toque de despertador, que mas bien actúa como si de una campana
llamando a la oración se tratase, porque indica que la hora ha
llegado. Llegó por tanto, el momento de ponerse la túnica o la ropa de costalero, y coger el cirio o el costal, dependiendo del modo que tengan los hermanos de sentir y procesar su devoción, para iniciar el camino hasta tu casa, hasta tu templo, lugar sagrado para todo buen cofrade, lugar en el que solo basta con entrar en los momentos previos a tu salida para sentir un poco de esa magia que precede al momento esperado, donde miras las imágenes sin saber muy bien en que pensar,
deseando que pase el tiempo para acabar con esa paciencia y
nerviosismo que se apoderan de cualquier cofrade en los momentos
previos a una salida procesional.
Y como en esta vida todo llega, el
momento de la salida no iba a ser menos, y todo comienza con tres
golpes secos en la puerta, momento en el que el tiempo deja de contar
hacia delante para convertirse en una cuenta atrás, acompañada de
ese abrir de puertas que indican que el momento llegó, y es ahí cuando se escucha ese preciado silencio, silencio que habla por todos
nosotros, y que sin hacer ruido se hace escuchar. Un silencio en el que
viajan todos nuestros pensamientos, todas nuestras emociones, y todos
nuestros deseos de poder realizar la estación de penitencia. Un
silencio que se pasea por el ambiente hasta que es roto de repente
por tres toques de martillo, y quien nos iba a decir a nosotros que
el camino hacia el calvario comienza con un toque de llamador y un
impulso hacia el cielo. Es ahí cuando todo se desata, y la imagen
de Nuestro Padre Jesús Nazareno inicia su camino, un camino que
comienza con un pequeño caminar hasta las puertas de tu capilla, una distancia pequeña en principio, de tan solo unos metros, pero que se hace eterna para los
costaleros que aguantan el peso de tu imagen.
Hasta que llega el momento para el que se
trabaja durante todo el año, el momento en el que los primeros rayos
de alba impactan en tu rostro, y el único cantar que se oye es el de
los pajarillos madrugadores que tampoco quieren perderse tu salida.
Poco a poco va saliendo el paso que aguanta tu peso y los rayos de sol
empiezan a iluminar tu rostro, y a hacer brillar esas lágrimas de
cristal que caen sin querer caer sobre tu cara. En ese momento viene la emoción, que se refleja en las
lágrimas de varias personas que hasta tu casa han venido para verte
salir, y que de una manera u otra, te ayudan a levantar ese pesado
madero, ayudado también por ese Simón de Ciriné, el Cirinéo, como
nos gusta llamarle. Y ya para más auge en ese momento, la querida
agrupación de Paz y Caridad empieza a tocar los primeros acordes de
la marcha real, banda que se encargará de poner la banda sonora a tu caminar por Casariche. Ahora ya no quedan más dudas, el camino ha
comenzado, y lo ha hecho envuelto en toques de tambor, corneta,
trompeta y aplausos, entre un olor a incienso y clavel fresco, y con una luz de la mañana que poco a poco irá creciendo, una apoteosis de sonidos, olores y sensaciones que no hacen perder el
protagonismo a Nuestro Padre Jesús Nazareno, que ayudado por sus
costaleros, ya empieza a moverse al son de la música, deleitando el
paladar de los casaricheños que allí se han reunido y que lo seguirán en su camino por las calles de nuestro pueblo, emocionando también a los presentes que piensan en aquellos que ya no están con nosotros, pero tranquilos, que allí arriba no están solos, nuestro señor está con ellos en todo momento, y al igual que nosotros, también son testigos de lo que allí ocurre. Y todo ello lo hace en un paso de
madera recién tallada, en el que los cuatro evangelistas que se
posan en las esquinas sostenidos en el aire, toman nota en sus
escritos de lo que allí ocurre, mientras esos arcángeles reposados
en los costeros sujetan su farol para escoltarte por las calles de
Casariche. Al igual que esos candelabros de guardabrisas, que llevan
la preciada cera que se encargará de ayudar al sol de la mañana a
iluminar tu camino.
Un camino que avanza según lo hace
la mañana, y que hace que esas lágrimas de cristal que se deslizan
por tu rostro dejen de expresar dolor para expresar emoción, una
emoción que se siente cuando ves como tu pueblo ha respondido a la
llamada de su padre, una emoción que se siente al ver ese camino de
cera morada que tus nazarenos han dejado en el suelo como seña de tu
paso. La mañana va pasando, y a medida que avanza el día, vivimos uno de los momentos de la Semana Santa de Casariche, un momento mágico, como lo es ese encuentro en el puente con tu madre, María Santísima de la Esperanza, que llega bajo ese palio verde de tercio pelo, con su manto elegante sin bordar porque no lo necesita, hermosa como pocas, guapa como si de una princesa de cuento se tratase, engalanada para la ocasión y vestida como una reina, con flores frescas y toques primaverales, cargada por los costaleros de esperanza, y que con los sones de "Pasan los campanilleros", acude al encuentro con su
hijo cargada de esperanza e ilusión, al igual que su advocación, y al
igual que su hijo, transforma esas lágrimas de dolor por unas
lágrimas de emoción, que surgen al poder ver a su hijo frente a
ella, sosteniendo el pesado madero, y al ver como su pueblo le profieren tanto a ella como a su hijo tanta admiración y devoción, y al comprobar que nuestra pasión por ellos no cesa en ningún momento.
Pasa la mañana y llega el momento que, por mucho que esperemos durante un año, no queremos que llegue, es el momento en el que Nuestro Padre Jesús Nazareno, avanzando con paso firme y sereno, llega a ese tramo final en torno a las tres de la tarde, un camino que se hace corto, y que acaba cuando nuestro Padre llega a su capilla, momento en el que sus costaleros, después de un gran esfuerzo, vuelven a sacar lo que llevan dentro una vez más y lo giran para que Casariche lo vea una vez más en su paso antes de volver al templo.Y es hay cuando vemos que tu rostro se transforma, y vemos como una imagen se emociona, al ver el cariño que ha recibido, y no llora por el peso de la cruz, llora al saber que tendrá que esperar un año para poder volver a pasearse por su pueblo, para ver a la gente que le procesa esa devoción incansable en todo momento. Es un momento triste, por ser el final de la estación de penitencia, pero también alegre, y esa alegría se puede observar en el rostro de los nazarenos, costaleros, capataces y casaricheños, que respiran profundo con la sensación del deber cumplido.
Ya finalizó, y nuestro Padre, después de saludar a nuestro vecino cautivo y a su madre dolorosa, reposa en su paso dentro de la capilla esperando la llegaba de su madre, una madre que se acerca roneando con paso fino y elegante, y que parece flotar sobre la calle, además viene acompañada por esos sones alegres de la primavera, sones de esperanza, sones de ilusión, sones de clarinetes, flautas y finos tambores, sones que aportan ese fino toque de magia necesario en todo buen paso de palio. Y un año más, una semana santa más, después de producirse la única lluvia que queremos los cofrades en estas fechas, la lluvia de pétalos, la imagen de nuestro Señor ha podido pasearse por las calles de su pueblo acompañado por su madre, ha podido recibir el cariño de la gente, ha podido entregar ese testigo que recibió para que por la tarde, las calles se inunden de nazarenos de túnica blanca y capa negra que ven como Cristo da su última espiración por nuestro pueblo, y ha visto como sigue siendo el Padre y Señor de Casariche, Nuestro Padre, Jesús Nazareno.
Pasa la mañana y llega el momento que, por mucho que esperemos durante un año, no queremos que llegue, es el momento en el que Nuestro Padre Jesús Nazareno, avanzando con paso firme y sereno, llega a ese tramo final en torno a las tres de la tarde, un camino que se hace corto, y que acaba cuando nuestro Padre llega a su capilla, momento en el que sus costaleros, después de un gran esfuerzo, vuelven a sacar lo que llevan dentro una vez más y lo giran para que Casariche lo vea una vez más en su paso antes de volver al templo.Y es hay cuando vemos que tu rostro se transforma, y vemos como una imagen se emociona, al ver el cariño que ha recibido, y no llora por el peso de la cruz, llora al saber que tendrá que esperar un año para poder volver a pasearse por su pueblo, para ver a la gente que le procesa esa devoción incansable en todo momento. Es un momento triste, por ser el final de la estación de penitencia, pero también alegre, y esa alegría se puede observar en el rostro de los nazarenos, costaleros, capataces y casaricheños, que respiran profundo con la sensación del deber cumplido.
Ya finalizó, y nuestro Padre, después de saludar a nuestro vecino cautivo y a su madre dolorosa, reposa en su paso dentro de la capilla esperando la llegaba de su madre, una madre que se acerca roneando con paso fino y elegante, y que parece flotar sobre la calle, además viene acompañada por esos sones alegres de la primavera, sones de esperanza, sones de ilusión, sones de clarinetes, flautas y finos tambores, sones que aportan ese fino toque de magia necesario en todo buen paso de palio. Y un año más, una semana santa más, después de producirse la única lluvia que queremos los cofrades en estas fechas, la lluvia de pétalos, la imagen de nuestro Señor ha podido pasearse por las calles de su pueblo acompañado por su madre, ha podido recibir el cariño de la gente, ha podido entregar ese testigo que recibió para que por la tarde, las calles se inunden de nazarenos de túnica blanca y capa negra que ven como Cristo da su última espiración por nuestro pueblo, y ha visto como sigue siendo el Padre y Señor de Casariche, Nuestro Padre, Jesús Nazareno.
Comentarios
Publicar un comentario